la belleza/ bloc de notas 6

la belleza impúdica

LA BELLEZA IMPÚDICA

LA BELLEZA SEGÚN ANGÉLICA LIDDELL

 

“De todo lo escrito solamente amo lo que uno escribe con su sangre.

Escribe con sangre y descubrirás que la sangre es espíritu.

(…) El que escribe con sangre no quiere ser leído, sino aprendido de memoria.”

Así habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche

 



En 2010 el Real Madrid contrató como entrenador al portugués José Mourinho. Proveniente del Inter de Milán -con el que consiguió un triplete ganando Copa de Europa, liga y Copa italianas- y tras varias temporadas de éxitos con el Oporto y el Chelsea, fue la gran apuesta del presidente del club madrileño para sacar del letargo futbolístico y la carestía de títulos a un equipo poco competitivo después de haber disfrutado en lustros anteriores de una “edad de plata”, y en un muy inédito contexto de dominio del FC Barcelona.

Comenzar este artículo sobre la Belleza hablando de futbol puede parecer tan pretencioso y cursi como un discurso de Valdano, pero sin embargo tiene sentido si nos atenemos a la indómita protagonista de este escrito, su carácter y actitud, y su manera de afrontar los conflictos.

La llegada del portugués al equipo de Chamartín causó un terremoto en el mundo futbolístico que traspasó el ámbito deportivo, siendo el causante de unas de las temporadas más vibrantes y “dramáticas” de los últimos tiempos. Detestado -por su carácter directo y polémico- igual por los aficionados del Barcelona, como por el sector “fino y distinguido” del madridismo (incluidos los medios de comunicación afines), Mourinho acabó con el dominio del relamido, positivista (cientificista y tautológico) y ultradefensivo (paradójicamente) del guardiolismo. Finalmente se impuso la épica clásica a la chisposa lírica de salón del rococó balompédico.

Angélica Liddell, gran seguidora del Real Madrid (“Por joder los tópicos soy del Real Madrid… Soy del Real Madrid por tormento y por éxtasis.” -De su entrada para el Almanaque Madridista de Ángel de Riego Anta-), fue uno de los mayores defensores de este entrenador y de su manera de afrontar el conflicto deportivo. Este debate a simple vista tan alejado del arte fue el detonante para que me empezara a interesar por su trabajo, ya que su manera de encarar este asunto me pareció muy sugerente y desprejuiciada. Me identificaba plenamente con el sopor que le producía el entrenador catalán, sus métodos, su “filosofía” de juego y sobre todo sus pretenciosas y perdonavidas ruedas de prensa. Un embaucador insoportable, tan en consonancia con estos tiempos.

 

Nunca he sido muy amante del teatro como espectáculo. Hace años solía repetir la boutade de que me parecía más interesante una buena puesta en escena de un desfile de modas (los maravillosos de John Galiano para la casa francesa Christian Dior, 1996-2011, por ejemplo) que una impostada obra de teatro. Me gusta la lectura de textos teatrales, desde los clásicos y fundacionales griegos (Eurípides, Sófocles), William Shakespeare y Calderón de la Barca, el simbolismo decadente de Oscar Wilde, autores del realismo pasional americano como Tennessee Williams, o los vanguardistas europeos Strindberg, Artaud, Genet, Ionesco… Pero nunca soporté a los teatreros de “vanguardia revolucionaria”, capitaneados por Bertolt Brecht, y todos sus discípulos (que son legión, aquellos que a través del Partido han intentado controlar las compañías desde los años 30 -por ejemplo, ver el caso del Group Theatre neoyorquino y el conflicto con Elia Kazan-) dando la tabarra con su doctrina y sus insoportables “ideales” colectivo-revolucionarios -que destilan un profundo odio al arte- con los que pretenden liberarnos, pero lo que realmente consiguen es aplastar al individuo como implacable estrategia de poder. Ya lo decía mi admirado Oskar Schelemmer, que el siglo XX ofrecía una maravillosa oportunidad de crear obras escénicas generando un nuevo espacio, donde lo físico y la profundidad del espíritu desarrollaran secretos enigmas alejados del sermón y la verborrea.

Conforme me acercaba a esta creadora descubrí que, entre otras cosas, me gustaba su actitud de desprecio al mundo del titiriterismo, esa mezcla de intelectual orgánico de la progresía y chicas y chicos monos que acaparan el llamado “mundo de la cultura” con su insoportable superioridad moral y con los que parece siempre tuviéramos que estar en deuda. En esa época Angélica Liddell proponía, a través de Internet, una exposición brutal de su persona con un diario fotográfico y de reflexiones de su intimidad en hoteles. Una experimental confusión ente lo privado y lo público, entre la poesía y la pornografía. Nos deja escrito que el artista no puede tener pudor, que tiene que llevar a la escena el resultado de su digestión y trabajar con todos sus fluidos. La interpretación, en un mundo de impostura, ya no nos vale y por eso no le interesa nada el “mundo del teatro”. En su rotunda obra de 2021, la que habla del toreo de Juan Belmonte y le dedica a Rafael de Paula “con infinito amor”, nos resume muy bien su opinión sobre ese mundo y sus personajes, que ya ha ido trazando en muchas de sus obras anteriores: “Si ellos supieran que arrojas a la basura sin ni siquiera leer todas sus notas de agradecimiento, ¿por qué no cuentas eso? … toda esa basura que esos imbéciles dejan en tus manos con el fatuo e inútil deseo de captar tu atención, imitadores de feria, feriantes, falsificadores y caricaturas, pingajos sin pizca alguna de talento, mequetrefes empalagosos, instagramer socialtotalitarios de mierda… En fin, los actores. Te repugnan. Te asquean… Di lo que piensas de las actrices. ¿por qué no dices lo que piensas? Entre una actriz y una puta siempre te quedarás con la puta, porque las putas no mienten, las putas no son actrices… Todas esas butacas rojas están infestadas de monigotes con discurso blablabá y una caterva de furcias achicharrantes, cotorras a traque barraque, actrices codiciosas y descerebradas, ejemplo sublime de gaviotas chejovianas, mamporreras, husmeadoras de cipotes influyentes y números de habitaciones de hotel como trufas recogidas por las cerdas, protagonistas de la última campaña otoño-invierno, así como de los anuncios de tampones, compresas, maquillajes, perfumes, bolsos, un poquito de Gucci, un poquito de Netflix, un poquito de HBO, un poquito de Hollywood, un poquito de modernito, un poquito de video-clip…”, y después, entre todos, a redactar manifiestos para cuidar el planeta y luchar contra las injusticias sociales. 

Comencé a interesarme por su trabajo de una manera más sistemática pasados unos años. Su figura era poderosa, tanto por su forma de encarar la provocación como por la intensidad de su esencia artística. Su obra tiene un interesante desarrollo a lo largo del tiempo que establece una relación fluctuante entre el desafío y la búsqueda del Arte.

Tras su paso por la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid (de la que sus profesores no le perdonan que siempre hable tan mal), en 1993 funda junto a Gumersindo Puche la compañía Atra Bilis (DRAE: “Uno de los cuatro humores principales del organismo, según las antiguas doctrinas de Hipócrates y Galeno.” La bilis negra causante de la melancolía. Una declaración de intenciones) con la que desde ese momento pondrá en escena todas sus obras, trabajos de una gran singularidad y radicalidad artística. Aunque su producción tiene una continuidad muy coherente (sus obras van resultando como capítulos de un gran libro), creo que se pueden establecer tres fases en su proceso creativo a lo largo de estos 30 años. La primera la podríamos encuadrar dentro de una posición postpunk de un nihilismo feroz y una confrontación con lo establecido que conlleva cierto posicionamiento político-social. En esta etapa realiza montajes en los que la ira y el odio son los elementos más importantes que componen la materia prima para la creación, “tengo una gran capacidad de odiar” nos dice. En línea con algunas características del “teatro de la experiencia” o el de “la crueldad” con Thomas Bernhard como el referente más inmediato.  

Este momento adolece de ciertos lugares comunes del arte con implicación social, y así se desprende de las críticas y crónicas de la época que lo enmarcan como teatro “comprometido” ya que en él se hacen referencias a ciertos acontecimientos políticos. Aunque esto es cierto, su trabajo nos propone una visión nacida de las entrañas del individuo y alejada del dogmatismo colectivista tan propio del teatro reivindicativo. Una tensión entre el individuo y la sociedad marca este periodo que creo culmina con La casa de la fuerza (2012, Premio Nacional de Literatura Dramática) que supondrá un gran momento de éxito y reconocimiento. Tengo la impresión de que este éxito y una confusa lectura ideológica de su trabajo (ya no cede los derechos de representación de sus obras para que no se manipulen sus intenciones creativas), le lleva a una crisis a partir de la cual comienza lo que me parece una segunda etapa en su producción. Realiza obras con las que traza una defensa feroz del arte y del artista como “terrorista cultural”. Una búsqueda de la poesía como única alternativa de supervivencia del individuo. Sus estrategias son plantear tensiones y conflictos extremos en la tradición de la poesía maldita, y siguiendo esa línea estética, sus materiales de trabajo para la creación son los desechos humanos y una postura inmoral que deviene en ética. El escenario (el arte en definitiva) es el lugar donde se puede ejercer la “violencia” contra uno mismo y contra el resto de la humanidad. La única violencia legítima. La moralidad queda suspendida y esto permite revelar al espectador (lector) los rincones más oscuros, sucios y conflictivos del ser humano, todo esto mediante una exposición radical del cuerpo y del alma.

Una escritura cada vez más fundamental y trabajada, en una indagación constante del “verbo” como vehículo de la creación. Una defensa radical del arte y una relación intensa y profunda con la creación eterna, con la pintura, con el cine, con la música… un verdadero acercamiento contemporáneo a la poesía. Creo que este momento de Angélica Liddell es de una madurez y solidez en su obra que hace de ella quizá el artista (en general) más interesante de este país.


Pero en este artículo quería hablar de la que creo es la tercera etapa de su obra en la que nos plantea una apasionada, agotadora, honda y radical búsqueda de la Belleza. Nos plantea “el problema de la Belleza”. “Soldados, aquí estoy, prendedme. Soy yo esa a la que buscáis. Soy yo la que pidió esta guerra para resolver el problema de la Belleza, por nostalgia de la Belleza”. Plantea una “guerra interior” en esa loca persecución: “De hecho la paz interior no existe. Es la guerra interior lo que nos enriquece y depura… No se reza para buscar la paz interior, lo dice Santa Teresa, sería como traicionar la guerra que estamos obligados a ejecutar, o sería como echar a la basura el sacrificio.”

Una serie de implicaciones de sus obras en acontecimientos (lo que supuso para ella el atentado del 13 de noviembre de 2015 en la sala Bataclan de París justo después de la representación de Primera carta de San Pablo a los corintios en el Teatro Odeón) y cambios fundamentales en su vida (la penosa enfermedad y muerte de sus padres) y un cada vez más íntimo acercamiento al arte cristiano, “ese creador de gran Belleza” (“Si te dieran a elegir entre un Caravaggio y una personas salvarías el Caravaggio, sin dudarlo un solo instante, ni te temblaría la voz, permitirías cualquier matanza con tal de salvar un Caravaggio”) como una de las mayores expresiones de la Humanidad, le lleva a una búsqueda de lo sagrado, de un Amor extremo que le acerca a Dios (“Para vosotros la religión. Yo me quedo con Dios”). El arte como máxima expresión de la fe. Una posición mística ante la creación. “¿Qué haremos cuando la Belleza ya no pueda sostener nuestra existencia, Señor? ¿Qué haremos cuando la Belleza ya no pueda sostener nuestro dolor?”

Su radicalidad creativa en este momento es inmensamente mayor que la de sus comienzos. Ya no solo se enfrenta a las convenciones sociales, sino que se aleja definitivamente del mundo del arte y de la cultura que siempre ha reclamado la exclusividad en las posiciones éticas. Una búsqueda de lo eterno, de los misterios insondables en un mundo “bajo el imperio de una reeducación racionalista abusiva, donde una horizontalidad vana y fatua deroga cualquier postración ante verdades que nos rebasan”. Angélica Liddell se sitúa en una titánica lucha individual para encontrar la Belleza que le permita sobrevivir entre toda la podredumbre que es la existencia, una lucha solitaria desde lo más profundo de su ser. Una lucha que es la verdadera y extrema posición del artista y del arte como experiencia suprema.

Las siete obras de misericordia, 1607. Caravaggio. Fue una referencia para la obra Caridad, 2022

No he podido acércame como hubiera querido a sus puestas en escena, pero sí he leído (casi) toda su obra editada. Publicaciones de sus trabajos escénicos, de poesía, ensayos, fotografía… una obra extraordinaria y arrebatadora. Con su escritura me pasa como me pasó hace ya muchos años con el Poeta en Nueva York y Diván del Tamarit de Federico García Lorca, y por lo que siempre me ha parecido fascinante algunos aspectos de la obra de Nietzsche (o la de David Lynch), que no entiendo nada (en términos de comprensión lógica), pero su lectura es hipnótica y te introduce en un nuevo mundo, en el que todo aparece claro y revelado, regido por otras normas ajenas a la mediocridad de lo cotidiano. En la obra de Angélica Liddell se produce verdadera alquimia, “una transmutación maravillosa e increíble” que transforma, tras una conmoción, lo más abominable de nosotros en Gran Belleza. Algo que hace que la existencia se pueda entender de otra manera, quizá con un verdadero sentido. Creo que realmente eso es la Poesía.

Cristo muerto sostenido por un ángel, 1476. Antonello de Messina. Angélica Liddell redacta su testamento en el que lega sus pertenencias para la restauración y cuidado de este cuadro del Museo del Prado.


Las citas trascritas en este texto han sido extraídas de las publicaciones de la última etapa del trabajo de Angélica Liddell, todas ellas publicadas en La Uña Rota (Segovia):

Trilógía del infinito, 2016

Una costilla sobre la mesa, 2018

Dicen que Nevers es más triste, 2019

Guerra interior, 2020

Solo te hace falta morir en la plaza, 2021