De valores y sentires. Nº10: La delación

La noche del 21 de marzo de 1999 en el Shrine Auditorium de Los Ángeles, ya avanzada la ceremonia de entrega los 71º premios Oscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, un circunspecto y algo nervioso Robert de Niro comienza su alocución: “Este año la Academia quiere ofrecer su Oscar Honorífico a un hombre cuya obra es de vital importancia para la historia del cine americano. Él fue el maestro de una nueva manera de actuación psicológica y comportamiento creíble. El trabajo que hizo con los actores nos trajo una emocionante nueva realidad a la escena y a la pantalla. Más que ningún otro él nos inspiró y enseñó un nuevo respeto por nosotros mismos, actores, y el poder potencial de nuestra profesión…”, y continua su compañero en el escenario, Martin Scorsese: “La pasión de sus actuaciones emparejada a su pasión por explorar el reprimido pero furioso descontento de nuestra civilización en un tiempo en el que prevalecía una mansa voz americana, ese poético realismo, ese enfadado romanticismo simple, expresado fervientemente en relación a básicos conflictos entre razas y religiones, clases y generaciones de hombres y mujeres. Aquí están ambos momentos, los tiernos y los odiados, de una larga vida de disputado amor hacia su país de adopción que forma a un ferozmente dotado inmigrante llamado Elia Kazan.”

Este fue el discurso de entrega del Oscar Honorífico de esa edición concedido al director americano de origen griego-turco. Este, al recogerlo agradece a la Academia “su coraje”, mientras una parte importante de los asistentes se levanta para aplaudir (podemos ver a un emocionado Warren Beatty) y unos cuantos (entre los que se hacen ver singularmente Nick Nolte y Ed Warris) sentados, cruzan los brazos en señal de desaprobación.

Martin Scorsese tras las palabras de Kazan, se funde en un abrazo con uno de sus directores más admirados, y como nos narra en el documental A Letter to Elia (2010), fundamental para entender su cine y su vida, ya que se identificó plenamente con el retrato que hace de inmigrantes como su familia.

Elia Kazan filmó entre comienzos de los 50 y la primera mitad de los 60, cuatro o cinco películas fundamentales para la historia del cine -Un tranvía llamado deseo (1951), La ley del silencio (1954), Al este del Eden (1955), Esplendor en la hierba (1961), América, América (1963)-, además de ser unos de los más brillantes dramaturgos de Broadway, primero en el Group Theatre y posteriormente como uno de los fundadores del prestigioso Actors Studio en 1947, en el que se formaron los más importantes actores de esa generación. Pero si es conocido popularmente por algo este gran creador es por el polémico episodio de la “Caza de Brujas”, cuya cabeza visible fue el senador McCarthy.

El abril de 1952, Kazan fue llamado a declarar bajo juramento a una sesión pública del Comité de Actividades Antinorteamericanas de la Cámara de Representastes, donde confesó que fue simpatizante y miembro del Partido Comunista durante 19 meses, mientras formaba parte del Group Theatre en Nueva York.

Esta comisión de investigación surgió en 1938, presidida inicialmente por el demócrata Martin Dies –representante por Texas en la cámara baja del Congreso-, como consecuencia de la tensión ideológica que se infiltró en el régimen democrático estadounidense, en primer lugar de fascistas y posteriormente de comunistas, contagiando grupos de poder e instituciones, sobre todo en el ámbito cultural y promocionado por la URSS, llegando a ser visto como una amenaza para el sistema de libertades de los EEUU. En los años 50, Joseph McCarthy –que no formaba parte de la Comisión ya que pertenecía a la cámara alta y la HCUA (siglas en inglés de esta) era una comisión de la cámara de representantes-, senador republicado e iluminado luchador contra las actividades antipatrióticas, llevó lo que era una preocupación razonable por elementos desestabilizadores, a un estado paranoico de control de las actividades culturales del país, llegando a producirse un problema de libertad de expresión e ideológica. En ese contexto se llamó a declarar ante el Comité a una parte importante del Hollywood cinematográfico e intelectuales que era conocido que formaban parte o simpatizaban con el Partido Comunista.

Tras la primera declaración de Kazan, y debido a fuertes presiones, fue llamado nuevamente ante el Comité, y si en el primer testimonio, solo confesó su pertenencia al partido sin dar ningún nombre más, en el segundo ofreció un listado de 8 nombres de militantes: Clifford Odets, J. Edward Bromberg, Lewis Leverett, Morris Carnovsky, Phoebe Brand, Tony Kraber, Ted Wellman y Paula Miller, pertenecientes al Group Theatre, que por otra parte ya era conocida su filiación por el Comité.

Y aquí es donde se establece un interesante dilema moral, no resuelto, como se evidenció en la entrega (merecida claramente por méritos artísticos) del Orcar Honorífico.

En 1954 Kazan realiza la película On the Waterfront (La ley del silencio en España) con guion de Budd Schulberg (desencantado con la URSS y que también testificó ante el Comité), producida por el gran Sam Spiegel, y protagonizada por un magnífico Marlon Brando, alumno de Kazan en el Actors Studio y colaborador en las anteriores Un tranvía llamado deseo y ¡Viva Zapata!. Según la Wikipedia, esta es la trama: “La vida de los estibadores de los muelles neoyorquinos es controlada por un mafioso llamado Johnny Friendly (Lee J. Cobb). Terry Malloy (Marlon Brandon) es un exboxeador que trabaja para él y ha sido testigo y autor indirecto de alguna de sus fechorías. Cuando conoce a Edie Doyle (Eva Marie Saint), hermana de una víctima de Friendly, se produce en él una profunda transformación moral que lo lleva a arrepentirse de su vida pasada. A través de Edie conoce al padre Barrie (Karl Malden), quien le anima para que acuda a los tribunales y cuente todo lo que sabe.”  

Tras el asesinato de su hermano -capo del sindicato portuario- por intentar defenderle, se propone matar al responsable (algo que no consigue) y posteriormente decide declarar ante la justicia en un acto de dignidad hacia todas las víctimas y afectados por las prácticas mafiosas. En la angustiosa secuencia final, Terry Malloy reivindica sin ningún tipo de dudas su acción gritando “¡Me estaba traicionando a mí mismo durante todos estos años y ni siquiera lo sabía!”, “¡Me alegro de lo que hice!, ¿lo oís?, ¡Me alegro de lo que hice y continuaré haciéndolo!”

Creo que esta película, más que una excusa o justificación de lo que hizo es una verdadera declaración de intenciones. No puedo dar una opinión bien formada sobre Elia Kazan, ya que no soy historiador, no he realizado ningún estudio riguroso sobre su figura y no he tenido acceso a su punto de vista más íntimo. Me puedo ceñir a sus conocidas declaraciones públicas (autobiografía y varias entrevistas). Pero hay ciertas afirmaciones de Kazan en el Comité, reafirmadas posteriormente que me parecen bastante razonables. Sí es verdad que me cuesta justificar a un “delator”, aunque lo haga por causa justa. Nunca entendí ese modo de proceder. Siempre he sido partidario de la responsabilidad personal y de las pruebas objetivas e irrefutables como fuente de acusación. Las declaraciones personales siempre me parecieron muy peligrosas y sesgadas, en cualquier caso. Pero vamos a exponer sus argumentos:

Primero, que nunca ocultó su pertenencia al Partido, autoinculpándose.

Segundo, que había sido un fiel y disciplinado militante, a las órdenes de la célula correspondiente, para difundir el ideario comunista.

Tercera, que tras un tiempo de simpatía y militancia convencida, se fue dando cuenta de que el Partido lo que buscaba era una sumisión total hacia sus dictados, sin posibilidad de crítica.

Cuarto, que la injerencia artística de Partido y sus responsables, no podía ser asumida por un “creador”, no admitiendo que el Group Theater fuera exclusivamente un instrumento ideológico del Partido.

Quinto, que el Partido estaba claramente al servicio de la URSS y sus intereses globales, y que el pacto entre Hitler y Stalin (Pacto Ribbentrop-Molotov de 1939) de no agresión mutua, fue demoledor para gran parte de la convencida militancia antifascista. Nos cuenta que: “Antes de eso, -el Pacto de No Agresión- los comunistas americanos no paraban de decir que América tenía que entrar en la guerra y luchar contra los alemanes. Que Roosevelt (que para Kazan era un héroe) era un monstruo por no combatir contra los alemanes. Luego, de pronto, cuando Rusia y Alemania se hicieron aliados, vi cómo mis viejos amigos se desdecían: ‘No debemos entrar en la guerra’. Y pensé: ‘¿A favor de quién están? Ni de América ni de Rusia.”

Sexto, que era un convencido patriota estadounidense y que amaba la posibilidad que se le ofreció de una nueva vida en una nueva tierra (lo reflejaría más tarde en su película América, América).

Séptimo, que fue consciente de que el Partido estaba al servicio de una potencia extrajera en “guerra -fría-“ contra los USA.

Octavo, que por todo esto abandonó el Partido y su militancia -llegando a odiar el comunismo- 10 años antes de su declaración.

Noveno, que según sus palabras, “fui juzgado por el Partido y esa fue una de las razones por las que me amargué tanto después. El juicio fue sobre el tema de mi negativa a seguir las instrucciones, que deberíamos hacer una huelga en el Group Theatre e insistir en que los miembros tuvieran el control de su organización. Dije que era una organización artística, y apoyé a Clurman ya Strasberg que no eran comunistas… El juicio me dejó una impresión imborrable… Todos los demás votaron en mi contra y me estigmatizaron y condenaron mis actos y mi actitud. Estaban pidiendo confesión y auto-humillación”.

Y décimo, que actuó en conciencia pensando que era lo que debía hacer. Que hubiera renunciado a su carrera y a algo más por defender una causa justa y a personas dignas de defensa, pero no por unas ideas criminales y unas personas envilecidas por el stalinismo.

Es cierto que la tensión ideológica tras el final de la guerra llevó a los EEUU a engendros como la “Caza de brujas”*, pero la defensa de las libertades contra ese poderoso enemigo mundial llamado comunismo le llevó a esa situación. *(Expresión popularizada por el amigo de Kazan Henry Miller, que escribió como reacción a este proceso una alegoría titulada Las Brujas de Salem. Miller no delató a ningún compañero ante la Comisión, pero parece ser que antes de declarar, Kazan le comentó sus intenciones y este le respondió: "No te preocupes por lo que pensaré. Hagas lo que hagas está bien para mí, porque sé que tu corazón está en el lugar correcto".)

Me gusta el abrazo del genio Scorsese (por encima de condicionamientos dogmáticos e ideológicos) que reconfortó al viejo cineasta ante una parte hostil de la platea: me parece bien la actitud de los Nolte, los Harris y demás conmilitones (además de actuar así porque consideraron que era lo correcto, viven en una sociedad que no solo acepta la discrepancia con las decisiones oficiales, sino que siempre las ha alentado), pero me gustaría conocer su posición pública en el siguiente episodio sobre la delación que vamos a ver a continuación.

 

El 15 de septiembre del 90, ciudadanos y defensores de los derechos humanos ocuparon la sede principal de la STASI en Berlín para impedir que culminaran la destrucción de sus archivos, que se venía realizando sistemáticamente desde la caída de Muro con la complacencia de autoridades de las dos Alemanias.

En La vida de los otros, película alemana de 2006 con guion y dirección de Florian Henckel Donnersmarck, se nos muestra como la agencia de inteligencia interior de la RDA ejercía un completo control sobre los círculos intelectuales. En este caso la vigilancia de un autor teatral por parte de un disciplinado agente -y dedicado vitalmente a su labor-, que va perdiendo su convicción en el régimen durante el transcurso de la operación, al darse cuenta de que todo era una vil estratagema del Ministro de Cultura para tener bajo su control a la novia del escritor. Mezquindad y criminalidad a partes iguales.   

Algo muy interesante en Berlín (en Alemania), a diferencia de lo que ocurre aquí, es que decidieron tener memoria de lo sucedido en la ciudad, en la que se mantuvieron todos los vestigios de la época nazi y posteriormente también del periodo comunista. Es impresionante pasear por el Treptower Park lleno de los monstruosos y gigantescos grupos escultóricos dedicados a un régimen criminal como el soviético, realizados en el quizá Estado más siniestro de los últimos tiempos en Europa.

Panorama of the Russian War Memorial at Treptow CC BY-SA 4.0

No sé cómo será hoy en día, pero cuando viví una temporada en la ciudad a principios de los 2000, la oficina general de la Stasi estaba abierta como testimonio del terror y la ignominia comunista. Ese septiembre de 1990, este grupo de personas, siendo conscientes de lo que estaba ocurriendo, ocuparon el edificio para impedir que los funcionarios de la seguridad siguieran con la destrucción de los archivos y así eliminar una parte del pasado, el que descubriría al mundo los pérfidos mecanismos de ingeniería social llevados a cabo por la dictadura del proletariado. Con esta acción se impidió la destrucción de la memoria. Se consiguió parar la eliminación de millones de expedientes (casi 10) de seguimiento y control de cada uno de los individuos, además de incautarse miles de bolsas con documentos ya destruidos que poco a poco se han ido recomponiendo para que así quedara constancia de una de las mayores operaciones de anulación del individuo, sometiéndolo al arbitrario control de un estado criminal.

Esta fue la llamada República Democrática de Alemania (nos queda bien claro que significa “Democracia Popular”), en la que se montó un gigantesco aparato de represión, mediante una agencia de inteligencia interior (STASI, Ministerio para la Seguridad del Estado) cuya finalidad era la de controlar toda y cada una de las actividades públicas y privadas de los ciudadanos, impidiendo así cualquier acción, o pensamiento de ella, que pudiera considerarse contrarrevolucionaria (70.000 asesinados y 250.000 presos políticos fueron el resultado de estas prácticas). Este aparato de estado estaba compuesto por unos 100.000 agentes oficiales, pero lo peor es que mediante el terror y la amenaza (y bastante fanático convencido), reclutó a casi 300.000 informantes civiles, cuya misión eran la vigilancia y delación de actividades sospechosas o impropias. Tenemos que uno de cada 15 adultos de la Alemania Oriental era informador del Estado. Tu vecino, tu profesor, tu alumno, tu primo, tu hijo o tu esposa podían delatarte y acusarte en cualquier momento y por cualquier causa.

Al final de la película, el agente HGW XX/7, ayuda a la pareja vigilada, afectándole esto a su carrera. Una vez caído el muro y reunificada Alemania, el autor teatral Georg Dreyman coincide con el Ministro de Cultura Bruno Hempf, y este le cuenta que él a su vez también fue investigado y espiado, siendo conscientes de que la sospecha y el peligro amenazaba a todos y cada uno de los alemanes.

Me parece terrible la delación y los mecanismos que se ponen en funcionamiento para que se produzca. Pueden salir a flote los aspectos más miserables de la condición humana. Aunque si nos fijamos bien, la Justicia se basa en gran parte en un sucesión de delaciones, unas soportadas en pruebas y otras no. La calidad democrática de esta Justicia pone freno a la conducta vengativa, cobarde, cruel o envidiosa, o al abuso de poder al amparo de instituciones corruptas o autoritarias. Por eso, aunque el proceso de la lucha contra actividades fascistas y comunistas en Estados Unidos llegó a un estado de excepcionalidad rayando lo antidemocrático, no dejó de ser un proceso con luz y taquígrafos y con la puesta en escena de los contrapoderes del Estado de Derecho en las cámaras del Congreso, desapareciendo cuando la situación se estabilizó. No tiene ni punto de comparación con la creación de un Estado sobre una estructura de delación, sospecha y control total del individuo, cuya supervivencia depende de la asunción del terror por parte de la población. Aún hoy en día, conocido todo sobre los estados comunistas, tenemos que soportar que algún ministro de una democracia liberal como la nuestra, frivolice con un régimen nauseabundo como fue el de la DDR.