Fin de la modernidad. Decadencia y muerte del humanismo -2-


EL FIN DE LA MODERNIDAD,

DECADENCIA Y MUERTE DEL HUMANISMO

(Un comentario acerca del mundo en que me ha tocado vivir)

(PARTE 2ª)

 

Creo que aquí comienza nuestra historia, la de este libro. Una crónica de odio y resentimiento a Occidente por una gran parte de nuestras élites. El relato de este Joven inglés en los últimos años de los 70 y el del Viejo español entre siglos, está marcado por este terrible periodo. Los padres del Joven, posiblemente nacieran en el tiempo de la II Guerra en una ciudad inglesa asediada por los bombardeos alemanes, y es muy probable que sus abuelos fueran combatientes, y sus abuelas trabajaran en una estatalizada fábrica de coches construyendo armamento. El Viejo español nacería en alguna pequeña población de Andalucía en la Guerra Civil y seguro que sufrió la hambruna y la miseria hasta que pudo ganarse la vida en la construcción. Los años 50 en España tuvieron singularidad con respecto a los demás países occidentales europeos, –vencedores o vencidos–, ya que la dictadura de Franco estableció un periodo de autarquía y en Europa se avanzaba hacia la democratización y la cooperación. Me voy a centrar ahora en el mundo anglosajón donde nació nuestro joven.

Tras la guerra, la reconstrucción y las grandes inversiones públicas del esfuerzo militar norteamericano generaron un potente crecimiento económico. La economía de Europa y Japón estimulada por enormes programas de ayuda de los organismos internacionales –fundamentalmente Estados Unidos– creció rápidamente con subidas del PIB entorno al 5% en Europa (como en EEUU), el 9% en Japón y un 4% mundial. La producción creció a una mayor velocidad que la población, con el consiguiente bienestar general.

La democracia liberal, tras la derrota del fascismo, se afianzó, aunque el resultado final de la guerra nos dejó un mundo de antagonismos, por un lado, burgués-liberal-demócrata, y por el otro, anticapitalista-revolucionario-comunista, y esta situación va a determinar el escenario geopolítico en todo el mundo. La última descolonización fue un proceso muy complicado, en el que actuaron fuerzas legítimas de liberación y fuerzas de ocupación revolucionaria, por lo que las nuevas instituciones supranacionales tuvieron que mantener equilibrios complejos, dado que en este tablero de juego, las distintas potencias en disputa se estaban armando con poderosos arsenales nucleares como estrategia de disuasión. Todo un escenario de guerra psicológica en la que los conflictos de intereses se resolvían en el patio trasero, países en vías de desarrollo casi siempre: Corea, Vietnam, El Salvador, Afganistán. Estaba en juego qué modelo se hacía con el control. Uno de los grandes errores de las potencias democráticas en esta lucha contra el comunismo fue apoyar a dictadores, sátrapas y criminales: Suharto en Indonesia, Mobutu en El Congo, Pinochet en Chile, Stroessner en Paraguay o Videla en Argentina, por ejemplo.

Esta guerra fría se convirtió también en guerra cultural y ahí, la creciente industria del entretenimiento tuvo mucho que decir. Incluso el arte asumió su papel de agente, por ejemplo, el exitoso expresionismo abstracto americano fue alentado por la administración estadounidense como modelo del arte libre. Pero lo más importante fue el nacimiento y desarrollo de la cultura popular juvenil como estrategia de libertad. Nació el Rock’n Roll.

Tras la Guerra el mundo del pensamiento sufrió drásticos cambios que afectaron a sus polos de influencia. Por un lado, las corrientes pragmáticas y empiristas anglosajonas fueron ganando peso y relevancia. En Europa, el centro del pensamiento se traslada a Francia y en Alemania se impone el marxismo, aunque también se “rehabilita” a Heidegger que ejerce gran influencia en el posterior “nihilismo” francés. Francia es creadora de superestrellas intelectuales, primero los existencialistas, la pareja Sartre-Beauvoir y su enemigo íntimo Camus, y luego los estructuralistas y sus críticos con M. Foucault a la cabeza.

Por otro lado, la influencia de los EEUU cada vez es mayor en Occidente. No sólo está haciendo posible la reconstrucción de las devastadas naciones europeas, sino que su economía se dispara, generando una floreciente sociedad de consumo, acorde con su pensamiento liberal y pragmático, y por otro lado llevando la nueva cultura popular a cada rincón del planeta. El optimismo y la energía del vencedor, del que no ha sufrido en su territorio la destrucción de la guerra. En el mundo cultural también se imponen con claridad: museos, universidades, editoriales, etc., se convierten en líderes mundiales. Nueva York pasa a ser la nueva capital del orbe.

El mundo de la posguerra ya no volverá a ser como el de antes. Un velocísimo avance tecnológico propiciado por la brutal inversión de guerra, hace posible que la ya imparable industria del espectáculo haga cambiar la imagen del mundo. Aparece la juventud como estratégico objetivo comercial con un negocio enfocado en exclusiva a ella. Retiradas de los jóvenes las cargas y responsabilidades que antes asumían, cuentan con tiempo libre para el cine, la música, la moda y algo que también aparece en ese momento, el aburrimiento –otra aportación del siglo XX, como la adolescencia, y motivo de gran parte de las incertidumbres de las nuevas generaciones–. La música juvenil aglutina todo el ocio. Nuevos géneros musicales y cantantes-fenómeno, como Elvis Presley, canalizan las ansias de diversión y rebeldía de los jóvenes americanos y poco a poco de todo el mundo.

Aunque los 50 fueron en los EEUU un tiempo de optimismo y crecimiento, el final de la guerra dejó huellas muy profundas: 15 millones de excombatientes, un gran impacto tras las bombas atómicas sobre Japón y un miedo paranoico al nuevo enemigo, el comunismo ruso. Corea fue el primer conflicto que puso esto de relieve. Fue tanto el temor de las dos superpotencias que es una guerra que formalmente aún no ha terminado –en 1957 EEUU y Corea del Norte firmaron un armisticio, no reconocido por Corea de Sur, que detenía las hostilidades hasta que se llegara a un acuerdo de paz definitivo que nunca se ha alcanzado–.

Como hemos dicho, la guerra fría no solo afectó a la geopolítica, sino que el mundo de la cultura fue uno de sus más importantes campos de batalla, en el que pensadores, escritores, artistas, cineastas tomaron claras posiciones. En Europa los intelectuales cercanos al marxismo o militantes de partidos comunistas como el estalinista PC francés, o el poderoso PC italiano, fueron mayoría y se impusieron en las universidades. En Estados Unidos también floreció un izquierdismo influyente en los estudios de cine, en la prensa y en los campus universitarios. La doctrina del demócrata Truman en el exterior, de contención al comunismo, se empieza a desarrollar en el interior también con la investigación sobre actividades comunistas. Una auténtica guerra cultural se estaba librando entre el mundo liberal y el anticapitalista. Y así llegamos a la mítica década de los 60.

En torno al 68 hay un par de acontecimientos sociales que han arrastrado un enorme prestigio en las interpretaciones históricas y de opinión posteriores. Uno es el llamado “Verano de Amor” de 1967, punto álgido del movimiento hippie. Ese año se celebró en San Francisco The Human Be In: A Gathering of The Tribes, una gran feria contracultural que reunió a decenas de miles de jóvenes en torno a los grandes gurús del momento, como Allen Ginsberg y sus mantras hindús, y Timothy Laery y sus sustancias psicodélicas; y más tarde el famoso concierto veraniego de Monterrey, en el que brilló un extraordinario Jimi Hendrix, descubierto en ese momento por el público americano. El hippie, fundamentalmente fue un movimiento contestatario hedonista con un profundo peso en la industria del espectáculo, y que proponía una serie de cambios sociales contra el capitalismo y la sociedad burguesa de sus mayores, como el amor libre, el consumo de drogas -que favorecía una relación más fluida con el Universo así como una comunión social-, y el rechazo a toda institución como la familia, la ley o el trabajo, todo esto acompañado de una nueva espiritualidad orientalista.

El otro momento fundamental y rememorado hasta la saciedad por los que fueron jóvenes en esa época, fue el Mayo del 68 en París, donde “La playa estaba debajo de los adoquines” y “Lo queremos todo y lo queremos ahora” –además de “Leer menos, vivir más”, “La escuela está en la calle” y “Asaltar los cielos”…–. Una revuelta juvenil en torno a la Universidad de La Sorbona, en la que, en un contexto de huelgas generalizadas en Francia, se puso en evidencia los conflictos de la izquierda liderada por el PCF prosoviético y las nuevas corrientes maoístas del ambiente estudiantil. Al final todo terminó con las elecciones legislativas de junio en las que la derecha gaullista republicana saldría reforzada ante un claro hundimiento de la izquierda comunista y socialista. Al tendero, a la madre de niños pequeños, al jubilado, al pequeño empresario y sus trabajadores, a los taxistas y repartidores, no les suelen gustar las barricadas ni las calles ardiendo.

Se cita también, pero siempre como algo menos importante y transcendente, la Primavera de Praga de ese mismo año, pero ante las dos mediáticas revueltas contra el capitalismo, suele quedarse bastante deslucida, –normal, uno de sus líderes fue el liberal Václav Havel, que junto a otros redactó el Manifiesto de las dos mil palabras– ya que aún era muy alta la filiación estalinista en la izquierda, e intelectuales como Bertolt Brecht, por ejemplo, vieron con mucho desdén las huelgas obreras del 57 en el Berlín Oriental, y Sartre y Beauvoir no dejaban de mostrar su apoyo a Moscú. Pero quizás lo más zafio y repugnante que produjo la izquierda europea entre los 60 y 70, fue el desprecio infinito del intelectual español Juan Benet, que se deslizó con estas palabras ante la visita a España en el 76 del autor de Archipiélago Gulag: "Yo creo firmemente que mientras existan gentes como Alexandr Solzhenitsyn perdurarán y deben perdurar los campos de concentración. Tal vez deberían estar un poco mejor custodiados a fin de que personas como Alexandr Solzhenitsyn, en tanto no adquieran un poco más de educación no puedan salir a la calle. Pero una vez cometido el error de dejarles salir, nada me parece más higiénico que las autoridades soviéticas –cuyos gustos y criterios respecto a los escritores rusos subversivos comparto con frecuencia– busquen el modo de sacudirse semejante peste." ¿Se imaginan que algún intelectual conservador hubiera dicho algo semejante de cualquier preso de un campo de concentración nazi? Existe aún ese nauseabundo doble rasero moral, consecuencia del sentimiento de superioridad ética y estética de una fantasiosa izquierda cuyo pensamiento está repleto de cursi y arrogante mitología.

Pero realmente el periodo más convulso de ingeniera social de ese momento, e inspirador del Mayo francés, fue la Revolución Cultural China de Mao-Tse Tun (1966 y cerrada oficialmente en el 76). Para los estudiantes el comunismo soviético comenzaba a perder brillo y la “Nueva Izquierda”, sobre todo europea empezó a mirar con admiración a la hermética, desconocida, y por eso atractiva, China de Mao.

Si prestamos atención, nos daremos cuenta de que muchos de los aspectos de esta revolución, llevada a cabo sobre todo por la Joven Guardia Roja –véase en la actualidad Black Live Matter o el wokeism, por ejemplo–, se están poniendo en práctica hoy con acusaciones que buscan provocar la muerte civil –el caso de Plácido Domingo–, leyes de memoria histórica con condenas retrospectivas –como sucedió en Pekín, con el “juicio” realizado a los profanados restos del emperador Wanli de la disnatía Ming y a las emperatrices, siendo condenados y quemados–, organización de confesiones públicas de prejuicios raciales –la famosa Robin DiAngelo, cuyo libro La fragilidad blanca forma parte del ideario obligatorio de muchas universidades americanas, organiza cursos y talleres para grandes empresas como Google, Amazon, Facebook, Microsoft, Netflix, American Express, Nike, Under Armour, Goldman Sachs o CVS, en los que, con la premisa de que “no existe una persona blanca que no sea racista y hay que hacérselo ver”, donde se realizan durísimos interrogatorios hasta provocar autoinculpación de actos racistas–, ataque y eliminación de los símbolos –como la Guardia Roja atacó al Cementerio de Confucio entre otros– y obras artísticas que estén fuera de la doctrina. Monumentos, canciones, cuadros, partituras, libros… nada escapa a este fundamentalismo ideológico –en importantes universidades se veta a grandes pensadores como Platón, Kant, por ser hombres, blancos y europeos; en la Universidad de Glowgow, los estudiantes de Teologia en el curso “De la creación al Apocalipsis. Introducción a la Biblia. Nivel 1” tienen que ser advertidos de que “las imágenes de la crucifixión, sean de cuadros históricos o de películas religiosas, pueden resultarles molestas” por lo que “los alumnos, por supuesto, podéis dejar la clase en cualquier momento en que lo necesitéis, pero por favor, informarnos más tarde a lo largo de ese día sobre cómo estáis”; se hace todo lo posible por no exponer y denigrar al maravilloso pintor Balthus; o una importante escuela de música de Nueva York elimina del plan de estudios la pieza para piano “Golliwogg’s Cakewalk” de la suite Children’s Corner compuesta por Claude Debussy por racista,… por citar solo algunas extravagancias, pero la lista es interminable–. Todo muy al gusto de los intelectuales posmodernos, que elaboraron los manuales de acción social revolucionaria y que con gran fervor fueron acogidos por las universidades estadounidenses primero y poco a poco va extendiéndose a gobiernos e instituciones. Hay que comentar que, como la china, esta es una “revuelta” contra Occidente. Recordar que M. Foucault vio en la Revolución Iraní de los Ayatolás (1978-79), la punta de lanza de un nuevo modelo ilusionante que acabaría imponiéndose necesariamente en los países desarrollados.

Todo ese momento de excitación utópico-juvenil de los años 60, alentada por viejos verdes y drogatas –vuelvo a citar a Houellebecq y sus Partículas elementales cuando habla de Francesco Di Meola, santón y viejo líder espiritual de una comunidad hippie al que “lo que más le gustaba era fumar cigarrillos de marihuana con chicas muy jóvenes, atraídas por el aurea espiritual del movimiento y luego tirárselas entre mandalas y aromas a incienso”. Pues eso.–, fue acompañada con la venta de millones de discos, con películas, moda y todo un merchandising revolucionario que hizo millonarios a multitud de estrellas contraculturales.

(Continúa…)