De valores y sentires. Nº1: "Major"

Voy a abrir una serie de “hojas” de este cuaderno con el título “De Valores y Sentires”, escritos sobre episodios y personajes de la cultura popular contemporánea. Esta primera “hoja” está dedicada a “Major”, el primer punk del Berlín Oriental.

En la segunda mitad de la década de los 70, el sueño alucinado en el que, con flores en el pelo, se hacía el amor y no la guerra, se convirtió en pesadilla, y una nueva generación se despertó entre la basura y las ratas de la ruina del estado del bienestar, particularmente en NYC y Londres. El desencanto con las consignas políticas de los universitarios del “verano del amor” y ser conscientes de que bajo los adoquines no había playas, llevó a una nueva juventud sin futuro, a cortarse el pelo, deshacerse de las guirnaldas, de los símbolos de la paz, para atravesarse imperdibles y pintar su ropa con lemas que proclamaban su odio a la caspa de los melenudos/barbudos del 68 y todo lo que significaban. Llegaba la época de “la mugre y la furia”, un periodo de autocombustión nihilista.

“Actually we’re no into music. We’are the chaos”. Así se presenta Sex Pistols, según el concejal londinense Bernard Brook-Partridge: “la banda más nauseabunda nunca jamás vista, la antítesis de la humanidad”. En la primavera del 77, tras varios años de anarquía y broncas, el punk llega a su punto álgido cuando el descerebrado Sid Vicious es reclutado por el cantante Johnny Rotten (Juanito Podrido) como bajista del grupo. No sabía tocar (ni hacía falta), casi no sabía hablar, pero su actitud, su imagen, y casi su aura, eran la esencia de lo “punk”. Pues en este contexto, en el continente, al otro lado del Telón de Acero, una joven estudiante de 15 años, Britta Bergman, descubre una foto de ese tipo con el pelo pincho, cadena y candado en el cuello y mirada entre desafiante y perdida, y se preguntó: ¡¿Pero qué mierda es esta?! Britta vivía en Köpenick, barrio de Berlín Oriental, capital de la DDR, República “Democrática” de Alemania.

Como casi todas las familias del Berlín ocupado, la de Britten había sufrido las consecuencias de la creación del Muro y ella desde pequeña ya era consciente de esa situación de control que le hacía sentir como todas sus elecciones estaban siendo usurpadas y sabía que se vería privada de tomar las decisiones más cruciales de su vida y su destino. Incluso se le hurtaría la capacidad de pensar quién era o que quería ser. Tenía claro que no estaba bien que no se le permitiera leer lo que considerara, que no pudiera expresar abiertamente sus opiniones, que estuviera sometida la creatividad y la curiosidad, siendo prohibido el pensamiento independiente y libre. “Solo quiero que se me permita ser un individuo, ser quien soy, tomar mis propias decisiones.”

El verano del 77, antes de comenzar las clases, en la habitación de una amiga, recibieron la visita de un joven familiar, que en voz baja les informaba de que una pareja había logrado escapar al Berlín Occidental. Conocedora de las múltiples víctimas al intentarlo, desde que en 1962 se produjo el primer caído (Peter Fechter, obrero de la construcción de 18 años, fue asesinado por la Deutsche Grenzpolizei, cuando intentaba escalar el muro junto a su amigo Helmut Kulbeik, que sí logró escapar) y aun sabiendo las dificultades, pensó que esa sería mejor solución que quedarse: "El futuro establecido para mí en el RDA NO es aceptable. Es hora de que salga de aquí”. Pero una vez comenzado el curso, se topó con Sid. Su curiosidad y atracción fue cada vez a más, hasta que supo quiénes eran los Sex Pistols y el punk, y por fin pudo escuchar una de sus canciones: “Pretty Vacant”: “There’s no point in asking/ You’ll get no reply…” (No tiene sentido preguntar/ No obtendrás respuesta). Aquello fue como un puñetazo en el estómago, escuchar ese electrificado ruido como una poseída. A partir de ese momento, entendió, que, si no podía escapar, al menos podría “salir de allí” con una nueva actitud liberadora, un espacio propio que le permitiera expresarse como necesitaba, en un sistema ilegítimo contra el que no quería usar la violencia de las piedras, las bombas o los asesinatos. Había encontrado la manera de ser “libre”. Ese mismo día, se cortó el pelo, adaptó su ropa como pudo al aspecto que había visto en las fotos, y pintó en una de sus chaquetas: “SOY UNA ENEMIGA DEL ESTADO”.

-Fotos de las fichas del archivo de la Stasi-

En ese momento nació “Major”, primer punk del Berlín Oriental. El director de su escuela avisó, y unos agentes de la Stasi la llevaron a sus oficinas para tomarle declaración. Desde ese momento tuvo un seguimiento continuo de todos sus pasos. Al principio las autoridades del Ministerio de la Seguridad no tenían muy claro que era aquello del “punk” (“Pank” como ellos lo llamaba), pero poco a poco cuando el movimiento fue creciendo, lo empezaron a tratar como un verdadero problema, viéndolo como una basura occidental que infectaría la esencia de la juventud proletaria. Realizaron un fichero con todos los sospechosos de simpatizar con esta nueva ola, siendo llevados a la “Oficina” donde se les tomaba declaración y se le advertía del peligro de sus actividades. Se les acosaba y acusaba de subversión con penas de año y medio de cárcel, se les mandaba al ejército, o se les expulsaban de sus localidades. Se usó una guerra psicológica para que abandonaran su actitud. Los conciertos, que en un primer momento se realizaban en pisos o garajes, se producían siempre por sorpresa, pero la Stasi tenía muchos infiltrados (además de los 91.000 agentes, el servicio secreto tenía 300.000 informantes civiles encargados de vigilar y denunciar a sospechosos de no simpatizar con el régimen. Tu hermano, tu hijo podía ser uno de ellos), incluso montaron bandas para controlar sus actividades. Acabaron dando conciertos y reuniéndose en las iglesias luteranas, que era el único sitio donde estaban seguros, y donde se empezó a reunir la oposición al régimen. Es curioso como al principio, después del sermón, el pastor se dirigía a los feligreses para invitarles a escuchar algo “nuevo”. Solo los niños se ponían a saltar como locos divertidos con el atronador ruido de los chicos de las tachuelas. Con el tiempo se acostumbraron, llegando a ser el centro de concentración del posterior del punk alemán.

-La fotógrafa Christiane Eisler realizó una crónica en imágenes del periodo punk del 81-89 en Berlín Oriental y Leipzig. Se compiló en 2017 en el volumen “Wutanfal” (Ataque de ira)-

A los comunistas no les llegó a gustar nunca mucho la primera ola de punk, y no solo a aquel lado del Muro, ya que no asumían la disciplina del Partido, y eran vistos como desechos sin proyecto revolucionado para la sociedad, una escoria alentada por el fascismo y el imperialismo. Se puede ver en las tempranas reacciones de críticos e intelectuales de la izquierda española con las primeras embestidas de la furia punk: “Indudablemente los punks tienen un placer sadomasoquista en volcarse y permanecer en la miserable vida cotidiana a que nos acorralan Capital y Estado.” (Punk y fascismo: dos caras de una misma moneda. Juan José Fernández. Ajoblanco) “Los cantautores han removido y soliviantado más con una sola de sus canciones que todos los punks” (Pim, pam… Punk, Carlos Tena, Mundo Obrero)    

-Tim Mohr hace una crónica maravillosa de la epoca de “Major” en su libro “Burning down the haus: PunkRock, Revolution, and de fall of the Berlin Wall”, 2017-

 


(Después de la muerte de su novia Nancy Spunge, desangrada en la habitación 100 del Hotel Chelsea de NYC y tras haber pasado un periodo de desintoxicación en la cárcel, Sid Vicious apareció muerto de sobredosis el 1 de febrero de 1979. Su madre encontró una nota el bolsillo de su chaqueta: “Hicimos un pacto de muerte, yo tengo que cumplir mi parte del trato. Por favor, entiérrenme al lado de mi nena. Entiérrenme con mi chaqueta de piel, vaqueros y botas de motociclista. Adiós”. Había sido incinerado unos días antes)